jueves, 20 de agosto de 2009

GR 83. El Fin; parte II

Parte II : Falling down

o Del proceso de destrucción de la mente vía la locura


Empecé la marcha con la vista clavada en la ciudad de Prada, un enorme complejo que se extendía por gran parte del valle que se veía a veinte kilómetros a lo lejos, más de dos mil metros por debajo.

Bajé la pista que salía del refugio y en poco tiempo vi el pequeño sendero que se desviaba para penetrar en el bosquejo que bordeaba una pequeña pero abrupta montaña. La molestia del tobillo era ya inexistente y los árboles tapaban el jodido sol del mediodía, así que el rodeo por el saliente se hizo la mar de suave y me dio la sensación que, pese a que estaba algo preocupado de que quizá no aguantaría bien lo que me esperaba, no tendría ningún problema. No fue así.

Al abandonar el sendero de la roca bajé por una especie de peñasco brevemente para meterme de lleno dentro de un magnífico bosque de árboles finos, lisos y altos como postes de teléfono. Estaba en la ladera de una montaña y el camino zigzagueaba hacia abajo incesantemente. Antes de meterme ahí, aproveché para comer algo y me puse a ello.

Ni Dios sabe el tiempo que estuve bajando, bajando y bajando por ese bosque interminable de estacas, con árboles caídos interrumpiendo constantemente la marcha, con el aire del principio de la tarde que ya empezaba a ser molesto de lo caliente que estaba. Y mientras miraba con desprecio esa interminable cuesta abajo, entendí que uno puede subir durante horas y horas, que si se cansa, pues para un poco o simplemente baja el ritmo, pero cuando baja por un camino así es otra cosa: si baja a ritmo normal las rodillas empezarán a flaquearle, si se deja llevar es demasiado empinado y aún así, no aguantaría los veinte kilómetros que faltan y para joderlo todo, si uno se para a descansar las piernas parecen estallar y las rodillas pasan a tener la textura y consistencia de la mantequilla. Así que no hay más: hay que bajar, bajar, sin parar, sea como sea. Y así hice durante horas hasta que por fin el bosque se disolvió en matorrales y plantas. Es decir, que apareció el sol abrasador.

Sin los árboles volvía a ver Prada ahí abajo, pero increíblemente, tras tanto tiempo de maltratarme, se veía igual de grande, igual de lejano, igual de inalcanzable. Intenté no pensar en ello, intenté que la ilusión no me afectara psicológicamente, bebí algo de agua y me limité a desfilar por el incesante descenso con el sol encima como un buitre. El aire ya no era caliente, sino abrasador. Continué abajo por ese infierno cada vez más caliente, mirando fijamente la maldita ciudad, que parecía que se ajelaba un metro por cada paso que daba, como burlándose de mi. Sediento, di otro trago de agua y continué, fijándome en mis pies, sin mirar nada más. Paso a paso, dentro de como mucho cuatro o cinco horas ya estaré ahí, no pasa nada, es cuestión de tiempo.

Un par de horas más tarde mis insensibles piernas seguían estremeciéndose por el interminable volcán, notando todos y cada uno de los malditos fotones que el Sol disparaba a mi piel, engullido por ese aliento de dragón del que no podía huir ni en la más oscura de las sombras. Me llevé las manos a la cara y noté que estaba absolutamente empapado en sudor. Cogí otra ver la cantimplora y noté que apenas quedaba un trago. Bebí la mitad y guadré la otra mitad para todo el camino que aún quedaba por delante. Miré la ciudad maldita. Estaba aún en el maldito horizonte. Espero que encuentre agua por el camino o si no voy a morir de sed. No la encontraría.

No podía más. Aún quedaba mucho camino, pero no podía más. Hacía tiempo que no tenía ni una gota de agua y seguía caminando como ausente por el maldito infierno que se había convertido mi mundo. Ya no sabía dónde coño estaba la ciudad, ni cuánto faltaba, ni si estaba en el camino. Joder, ¡si ni siquiera sabía si realmente estaba andando! Lo único que sabía es que el aire me quemaba la piel. Era tan caliente que ya no sabía si estaba en la sombra o no, no notaba ya la calor del Sol, sino únicamente ese abrazo abrasador que me desgarraba la piel y penetraba en los músculos e intentaba fundirme los mismos huesos. Oh mierda. Me llevé las manos en las rodillas pensando que ya debían estar pulverizadas y me di cuenta de que las tenía secas. Toda la pierna estaba seca. Me toqué la cara e igual. Los brazos. Secos también. Oh mierda, puta mierda. Había dejado de sudar. No sé cuándo, pero había dejado de sudar. El dual de la hipotermia. Joder, voy a morir. Mierda. ¡Mierda! Aceleré el paso, cuanto antes llegara...

Estás jodio, eh, ¿Qué?, Digo que estás jodido, Quién coño eres, Tu homúnculo, ya sabes, tu parte de la conciencia que se ocupa de tu yo literario, podrías escribir esto, saldría una buena historia, ¿Qué?, pero qué coño dices, Si joder, ponlo en el blog, ¿Qué?, hace siglos que no pienso en él, tienes que hacerme pensar en él ahora, justo ahora?, para que lo sepas me estoy muriendo, he parado de sudar, Si ya, pero estaria bien escribir esto, no crees, No, Anda que no, el ascenso y tal no tiene demasiado potencial literario, pero chaval, te estas muriendo, debe ser tu primer pequeño contacto con tu propia muerte, ¿no? Eso tiene mucho potencial, Anda cállate, por favor, estoy tratando de vivir, De hecho estás tratando de no morir, ¡Cállate!, Jaja, hazme callar tu, Lo intento, ¿Y no puedes?, Es evidente que no, Es curioso que no te puedas hacer callar a ti mismo, Te quiero hacer callar a ti, Pero yo soy tu, Pues cierra el pico porque si me muero tu te vienes conmigo, Joder, si me callo, en tanto que existo solamente cuando me expreso, no moriría también? No me vengas con pajas mentales, Jajajaja, para tu información, ¡soy una paja mental!, Perfecto, Además, te encanta que exista, no podrías vivir sin mí, No apostaría en ello, Créeme, te conocemos mejor que tu a ti mismo, porque somos partes simples de ti, autocontenidas y perfectamente comprensibles, pero como tu eres una incomprensible y altamente variable mezcla de todas ellas, ¡Superposición de todas ellas!, ¿Y quién eres tu?, Soy tu yo físico, científico, ¿Pero cuántos estáis aquí?, ¿Que cuántos te formamos?, Sí, No, no es una buena pregunta, Porqué no, Porque somos infinitos, algunos tenemos un peso muy importante en tu personalidad, algunos no tanto, algunos no llegarás a ser consciente nunca de ellos, Porque no, si sois yo, debería conoceros a todos, No, la cosa no funciona así, solamente tenemos nombre los que tú has querido, los que tú has tenido consciencia de ellos, ¿Pero así pues, mi yo esta aquí desde que nací y yo voy descubriéndolo?, Jajajaja, esto es lo que le hubiese gustado a Platón, pero no funciona exactamente así, ¿No?, No, nosotros vamos siendo creados a medida que creces, que experimentas, nosotros no somos nada y tu nos creas a partir de experiencias de lo más insignificantes y vamos adquiriendo peso, Amplitud, Sí, como quieras, a medida de que vas adquiriendo consciencia de nosotros, Entiendo, Por ejemplo, yo nací cuando le preguntaste a tu madre porqué los que vivían en Australia no se caían, y mira hasta dónde he crecido, Pero entonces yo no soy más que un montón de vosotros?, No, ni siquiera ahora estamos hablando realmente, debe de ser consecuencia de tu esquizofrenia o algo, simplemente tu nos das vida para que podamos vivir en tu cabeza, nosotros no somos nada, pero juntos te creamos a ti, Como una hormiga solitaria no es nada, pero una colmenta, hasta cierto punto, uno podría decir que tiene consciencia, O menos cuestionable, una neurona en simplemente una maldita célula, pero un buen montón de ellas formas una conciencia capaz de recordar, sentir, amar, Ok, creo que lo estoy entendiendo, Nos alegramos, Si, Si, Yo también me alegro, Y yo, Igual, Pero, ¿sabéis qué? Es un tanto frustrante hablar así, ¡no hay orden ni nada! No sé quién me está hablando, Esta hecho adrede, es un recurso literario que se acaba de sacar de la manga el autor para crear caos a la vez que unidad, para dar la sensación que somos un único coro de voces, que todos somos la misma persona, De hecho todos somos él, Todos sois yo, Así que el tío se cree Saramago y ha escrito el diálgo así, Pues me parece genial, es un recurso bastante inteligente, Que no va a leer nadie, De hecho no es diálogo en si mismo, sino que es el monólogo que estás, estamos, estoy, teniendo ahora mismo en la cabeza mientras estoy andando, ¿Esquizofrenia?, Llámalo como quieras, ¿Pero no tenía que ser una maldito relato sobre el último día de la ruta?, Y lo es, Sí, simplemente ha querido plasmar el viaje introspectivo que estás/está teniendo a causa del calor, Ya sabes, lo que más le/me/te gusta al autor es jugar con los mundos y los meta-mundos, Oh, sí, cómo si el hombre fuese Douglas Hofstadter, Pero no me negarás que el concepto es genial, Sí, universos dentro de universos dentro de universos, Sí, desde que te mostraron el concepto no has parado de usar y abusar de él, Sí, como cuándo desmostraste que la objetividad y la subjetividad son incompatibles a base de proposiciones y meta-proposiciones, Sí, bueno, me vino la idea antes de dormirme y por la mañana no recuerdo cómo lo hice, Seguramente fué una marihuanada a causa de la falta de lógica del sueño, Como cuando Spassky soñó que refutaba la española, vamos, Exacto, Si, es atractiva la idea de los meta-mundos y meta-meta-mundos, ¿Meta-meta-mundos?, Si, por ejemplo ahora estamos en el meta-meta-mundo del autor, es decir, estamos en un mundo que está dentro de una historia que es el meta-mundo del autor, ¿Realmente lo crees?, ¿Qué quieres decir?, Yo creo que el meta-mundo del autor es la historia de su viaje plasmada como relato, y que el meta-mundo de ese relato es en mundo mental de él, como protagonista, pero ahora mismo también es el mundo mental del autor literalmente, así que el meta-meta-mundo se ha convertido en el mundo del autor, al menos su mundo mental, Vaya, esto me recuerda a espacios duales, que el bidual de E se identifica con E, Buuu, Esperad, esperad, estamos hablando de este texto desde un punto de vista superior, ¿no convierte de hecho esta parte del texto en meta-texto?, Pues sí, la verdad, Vaya, curioso, Esperad, ahora el autor está escribiendo sobre el meta-texto, ¿no es enconces un meta-meta-texto?, Ciertamente, no podría estar más de acuerdo, Y aquí tenemos el meta-meta-meta-texto, Pues sí, Y aquí el meta-meta-meta-meta-texto, Y bueno, así ad infinitum, En serio, me parece genial que al autor le encante jugar con universos como con matriushkas, pero me estoy hartando de todo ello, De hecho, en mayor o menor medida todos sus textos tienen meta-cosas explícitas o no, Sí, le encanta, Sí, debe ser un leve síntoma de esquizofrenia, Una cosa es esquizofrenia, pero desde hace un rato, este texto, con metas o no, es una maltida locura indescifrable, Bueno, piensa que es la mente de alguien que se le está evaporando el agua del cuerpo, ya no suda, y una insolación es lo más leve que puede tener, Se está muriendo, Estamos mueriendo, Pero joder, ¿sabemos siquiera dónde coño estamos?, Ni idea, pero, ¿soy el único que huele a muerte?, Calla, yo, donde coño estoy, joder, puta mierda, ¡DONDE COÑO ESTOY!

Volví a tomar conciencia de mi cuerpo, que se mecía de un lado a otro como inerte, desplazándose más como una babosa que como un hombre. Ya ni siquiera notaba las piernas, se habían convertido de golpe en un par de sacos de dolor y punzadas, las rodillas crujían hasta retumbarme en la sien en cada paso, los brazos colgando muertos al lado del cuerpo. Me encontraba en un bonito paseo bajo los árboles, con un pequeño riachuelo al lado del camino. ¡Riachuelo! ¡Agua! Corrí rápidamente al agua, metí las manos en ella y me la llevé a los brazos y en la cara. Por Dios, qué gusto. Me volví a mojar la cara y relamí las gotas que me caían por los labios. Qué coñ... Fue como pasar la lengua por un papel de lija. Como pasarla por la cara de un cadáver. Joder, joder, soy un cadáver. ¡Soy un puto cadáver!

Y, en ese momento, encontré fuerzas para echar a correr.


GR 83. El Fin; parte I

Parte I : Rising up

o De porque subir una montaña no es solamente subir una montaña


Me despierto y todavía los primeros rayos de sol aguardan detrás de las montañas, tímidos. Perodespertar no sería el verbo, más bien sería mi entorno el que se despertó, pues yo a duras penas había podido dormir más de un par de horas mal contadas ya que el Dios del Infortunio maniobró el dedo del Azar para que me rodearan, por ambos lados y en la litera de arriba, tres ronroneadores de la noche cómo nunca antes se habían visto -ni oído- por estos lares. Así, con unas ojeras nada despreciables y con el cansancio del día anterior afrontaba el reto de subir al Canigó.

Salí de la habitación de la muerte dirigiéndome al café que había preparado. Me eché un poco y me fui a por la leche. Pensé mejor. Retrocedí a por el café y llené el bol hasta arriba. Bueno, medio litro de café va a sacarme de esta pesadilla. Aproveché para desahogarme con los compañeros que conocí la noche anterior poniendo patas arriba a los señores -y sus madres- que jodieron nuestros bonitos planes de dormir, nos despedimos diciendo que nos veríamos arriba -lástima, no sería así y jamás los volveré a ver. Si supiéramos cuándo volveremos a ver la gente con la que nos despedimos lo haríamos de otro modo- y me fui a prepararme, rehice la mochila como buenamente pude, busqué el bastón que había escondido en las afueras el día anterior y partí.

Los primeros pasos, en la primera ladera delante del refugio, ya no presagiaron nada bueno. Titubeante, avancé con pasos lentos, pesados, cansados, temiendo los quince kilómetros que me esperaban, subiendo más de mil metros de desnivel con esos pies doloridos, pero la verdad es que poco a poco fui entrado en calor y cada vez me sentía más libre y notaba menos el dolor, llegando a desaparecer toda molestia en menos de una hora. El paisaje había ya cambiado, del bosquejo montañoso que fronterizaba con el refugio pasamos a un verde prado con una leve pero contante cuesta hacia arriba y más adelante, ya en la misma ladera sur del monte, el verde mutó poco a poco al marrón y gris de la piedra. El camino serpenteaba con ángulos cada vez más agudos hacia arriba, cruzando una y otra vez la sombra de la propia montaña, estremeciéndome de frío cada vez que el aire glacial se me clavaba como agujas de hielo en la cara y la piel y penetraba hasta los mismos huesos.

Subí, subí. Ya no recuerdo el tiempo que estuve subiendo entre las piedras, cada vez más grandes y con el camino más desdibujado a medida que iba subiendo. Hacia arriba, sin parar, mirando el suelo, cuidando de no poner mal el pie, resbalarme o cometer algún fallo estúpido que me hiciera caer por la kilométrica ladera semivertical armada con miles de piedras y demás, levantando la vista cada poco para ver si me desviaba mucho de la siguiente señal en el camino, o inútilmente ver si la cima se veía más grande que unas zancadas antes, siempre cargando con el bastón que había recogido varios días antes, que en estos momentos parecía ya de plomo. Otra vez prométete llevar un poema escrito en un papel y no un monstruo así, me repetía.

De pronto, cuando volví a levantar la cabeza del camino para enfrentarme a la cima por enésima vez, adiviné que algo había aparecido allí arriba. Dí algunos brincos por las piedras mientras me acercaba y alcé la vista otra vez, viendo lo que antes adivinaba, la cruz metálica que coronaba la cima. Eufórico por la descubierta, pues una cosa es saber que cada paso te acerca más a la cima y otra es verlo realmente, aceleré el paso, caminando entre las angostas piedras con más energía y, llegando, finalmente, a los últimos metros de la montaña, donde el camino se volvía cada vez más y más vertical hasta que se convertía en pared y las manos pasaban desde el segundo plano al que habían estado observando a ser el principal protagonista del cuadro. Me llevé el bastón a la espalda y lo sujeté como buenamente pude entre ella y la mochila y me dediqué a escalar ese último centenar de metros casi verticales hasta llegar arriba.

Es complicado explicar qué se siente cuando uno llega a la cima de una montaña. Diez -cómo pasa el tiempo- años antes ya había subido la Pica d'Estats y pensé que esa sensación de estar en lo más alto y ver que todo el mundo queda bajo tus pies había desaparecido de mi memoria, pero esta vez la experimenté otra vez y la recordé. No es un estallido de euforia, ni siquiera esa satisfacción silenciosa pero profunda del trabajo bien hecho, sino más bien una especie de paz y plenitud no tan con uno mismo como con todo el entorno.

Me senté a comerme el bocadillo rancio que me había hecho, grabé algo en el bastón, escribí cuatro palabras en un papel y lo doblé para meterlo en una pequeña ranura del trasto con el que había cargado tanto tiempo. Lo alcé y busqué un buen sitio para clavarlo. Al lado de la cruz, en un pequeño saliente, había entre las piedras un palmo de tierra en el que lo clavé todo lo que pude para después rodearlo con piedras. Si un capullo no lo tocaba, aguantaría la lluvia y el viento bastante tiempo. Desde aquí se veía todo el camino que había hecho durante largas horas, se podía apreciar toda la serpiente retorciéndose ladera abajo hasta donde llegaba la vista, perdiéndose también entre las últimas piedras cerca ya del tramo final. Estuve un rato sentado, respiré hondo y me levanté para bajar por la otra cara de la montaña, que prometía ser más asequible.

Joder si más asequible. El camino insinuándose entre el caos de piedras había desaparecido y en su lugar estaba un bonito trazo que bajaba suavemente por la ladera norte, tan suave que invitaba a despreocuparse de las alturas y aligerar el paso hasta ponerse a correr un poco, dejándose uno llevar por la gravedad. Y así lo hice. El cansancio y agotamiento huyeron en el momento en que emergió la agradable sensación de ligereza que proporcionaba esa inocente velocidad que conseguía uno dejándose llevar un poco. Después de la subida, donde uno tenía que medir cada paso, esa ligereza era lo más semejante a un chute de LSD. Sabía que mis rodillas iban a sufrir después por toda la carga que iban a tener que soportar, pero parecía que merecía la pena.

Y así estuve avanzando hacia abajo durante una hora, trotando como un niño y esquivando a toda la gente que quería subir a la montaña por este lado, ya que por el otro uno debe tener algo más de agallas. Era ya casi mediodía y el aire ya no era ese cuchillo glaciar de la mañana, ya era más esa caricia cálida que resbalaba por todo el cuerpo, lo que hacía que la experiencia fuese todavía más gratificante. Y lo fue hasta que, con el refugio ya a la vista, pasó que lo temí toda la bajada que pasara.

Hay instantes en que parece que el mundo se para y todo transcurre cien mil veces más lento, supongo que de golpe algo activa un chorro de adrenalina y los sentidos se superagudzan. Y es que sucedió que, mientras estaba bajando, ahora ya corriendo porque el camino parecía muy limpio, justo cuando estaba en el aire me dí cuenta que mi pie izquierdo no iba a poder aterrizar en ningún lugar seguro. El espacio en que podía ponerlo sin que me cayese estaba lleno de pedruscos astutamente dispuestos para que me torciese el tobillo sí o sí. Contemplé la posibilidad de hacer algo raro y solamente caerme de alguna manera y que la cosa no fuese más allá, pero no sé porqué, igual por esperanza igual por un sentido de la estética algo extraño, decidí que iba a intentar poner el pie entre dos piedras y rezar para no torcérmelo. No funcionó. El pie se dobló hacia arriba y hacia la izquierda y noté como una espada clavándose en el talón y subiendo hasta la ingle. Ahogué un grito en la garganta, maldiciéndome a la vez porque sabía que ahí se había terminado mi viaje, que ya ni siquiera podría volver a poner el pie en el suelo en largos días. Quién sabe porqué, no fue así. Dí un paso, otro, otro y otro y el dolor, pese a que presente, estaba como ausente, como si la torcedura de tobillo fuese un eco de algo que sucedió tiempo atrás. Me puse a andar a paso normal y las punzadas se fueron calmando todavía más. Intenté ponerme a correr de nuevo y a los pocos minutos desaparecieron completamente. Me convencí de que era gracias a que estaba en caliente, o que tantos días andando había endurecido las piernas o alguna historia así y me despreocupé totalmente.

Llegué al refugio y noté que estaba perfecto, me sentía más fuerte de lo que me había sentido en la vida. Quizá por ello, después de sentarme un poco en la terraza y beberme una clara bien fresquita, barajé las dos opciones que tenía: era mediodía, podía quedarme aquí y pasar la noche y al día siguiente bajar los veinte y pocos kilómetros que quedaban hasta Prada o bajarlos esa misma tarde, dormir como un rey en cualquier hostal de mala muerte que encontrara y coger el tren el día siguiente y, al fin, descansar como es debido.

Así pues, llené las cantimploras de agua, me acomodé la mochila y me dispuse a hacer los veintidós kilómetros que me quedaban esa misma tarde.

Lo malo, es que no pensé en el sol y los dos mil doscientos metros de desnivel que me alzaban aún de mi meta, un par de factores a los que no presté demasiada atención pero serían los factores que casi acabarían conmigo.


continuará...

lunes, 3 de agosto de 2009

Diáspora, de Greg Egan


El otro día terminé de leer este libro y oh, qué decir, creo que es la lectura más inteligente y original que leía en tiempo. Supongo que el hecho de que use constantemente conceptos matemáticos y físicos nada triviales me ayudó a que me llegara tanto. ¿Alguien había visto alguna vez un libro de ciencia ficción hablando sobre variedades? ¿Definiendo qué es una topologia? ¿Hablando sobre el Teorema de Gauss-Bonnet? ¿Hablando de momentos angulares? ¿De leptones de una manera formal? ¿De agujeros de gusano desde un punto de vista serio? Yo no, desde luego.

La historia es una excusa en esta novela -año 3000, la humanidad dividida en tres ramas evolutivas: los humanos en sí, unos robots autoconscientes y unas IAs que viven apartadas-, que más que novela es un ensayo sobre la física y la vida dentro de un milenio, sobre la realidad del universo y de las matemáticas. La historia en sí es solamente la excusa para tejerlo todo y ponernos en situación. Por ello soy cuidadoso a la hora de querer recomendar este libro, ya que quizás, para alguien que algunos conceptos físicos y matemáticos se le escapen absolutamente de la compresión, algunos fragmentos le pueden resultar cansinamente incomprensibles y abstractos. Pero creo que merece una oportunidad.

Por otro lado, el autor no es un Don Nadie y uno entiende porqué la novela es así de "heavy" cuando uno se entera que Greg Egan es matemático, trabajó como informático y trabaja investigando sobre Loop Quantum Gravity, así que es comprensible la abundancia de conceptos de matemática y física avanzada que usa por doquier, y un seguro de que es un hombre que realmente sabe lo que se dice.

Lo dicho, la recomiendo a todo el mundo que no le asuste encontrarse con algunos conceptos físicos y matemáticos algo abstractos. Como novela en sí es buena, pero la potencia viene de los conceptos que usa y lo inteligente que es describiendo la física y, sobretodo, la vida artificial y alienígena.

Yo ya estoy pensando en volver a la librería a buscar Ciudad Permutación o El instante Aleph o Cuarentena o algo de este hombre, porque cómo escriba así en todos sus libros, ya tengo faena por un año.

Saludos.