domingo, 12 de septiembre de 2010

La flecha amarilla

Hay un buen montón de flechas amarillas repartidas por media Europa, muchas concentradas en el norte de España, que apuntan al oeste. Si uno las sigue, tropieza de pronto con pueblecitos y grandes ciudades, bosques y estepas, y sobretodo con mucha otra gente con el mismo propósito: llegar a Santiago. Aunque el hecho en sí mismo de llegar al final no es más una excusa para estar en camino, tropezarte y conocer a todos los peregrinos con los que inevitablemente uno se cruza. Aunque solamente uno vaya de Pamplona a Logroño, esos cuatro días de camino, de refugio, de vida simple, de convivencia, lo marcan bastante. El Camino posee un nosequé, un algo que hace de él una experiencia única y que se quiere repetir tantas veces como sea posible.

Porque, mientras uno está viajando hacia Santiago, nota con una claridad casi divina que a la vez está viajando también hacia el interior de uno mismo, que como dijo Henry Miller, es el único viaje que realmente merece la pena.



Caminante son tus huellas
El camino nada más;
caminante no hay camino
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino
sino estelas sobre el mar.



Espero y deseo volver pronto. El punto de partida y de llegada de esta próxima vez, importan bien poco.